Una fe grande como un agujero en el techo
Marcos 2:1–12
Y viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. Marcos 2:5
—¡Oye! ¿qué pasa ahí arriba? —se para repentinamente un escriba vestido de una magnífica túnica, interrumpiendo a Jesús que está enseñando. Señala enojado a un palo que aparece por el techo de la casa repleta de gente. Otros líderes de aspecto importante se levantan alterados, observando cómo el palo va abriendo un agujero grande, derramando adobe y polvo sobre los que están abajo.
El público mira fijamente el agujero donde se ven cuatro pares de manos rompiendo las baldosas del techo. Enseguida esas manos bajan una litera; en ella está un hombre que no se puede mover. El hombre paralítico está sufriendo físicamente. Tiene que depender de sus familiares y amigos en todo lo que necesita. También sufre espiritualmente porque es un pecador que necesita perdón.
Esos son los datos principales del hombre en la litera, pero ¿quiénes eran los cuatro señores que hicieron un agujero en el techo para poner a su amigo enfrente de Jesús?
La Biblia no nos da nombres, pero es lógico suponer que eran hombres comunes que tenían un amigo que necesitaba a Jesús. Eran como nosotros: personas comunes con amigos necesitados.
Y estos hombres comunes pudieron valerse del poder de Jesús. Lo hicieron así. Tenían una fe bastante grande como para creer que Jesús haría algo por su amigo que sufría… bastante grande como para cortar un agujero en el techo… bastante grande como para derramar trozos de adobe y polvo sobre la gente abajo, luego mirar en la habitación con esperanza, mientras Jesús enfocaba su atención en el paralítico. Jesús, que tiene poder sobre la enfermedad y el pecado, vio la fe de ellos y usó su autoridad para sanar al paralítico.
Piénsalo. El hombre está acostado de espalda, sin poder mover un músculo. Quizá hacía años que estaba así. Entonces Jesús dice: “A ti te digo, ¡levántate, toma tu camilla y vete a tu casa!” (Marcos 2:11). Y, de pronto, el hombre se pone de pie y se está moviendo como todos los demás en el cuarto. ¡Qué poder!
Jesús tiene todo el poder de Dios. Aun así, no tienes que preocuparte de que Jesús irrumpa en tu vida, invada tus actividades y te obligue a recibir su ayuda. Él es el único ser en el universo que necesitas para derrotar todos los obstáculos de la vida: físicos, mentales y espirituales. Pero él no te va a empujar. Tiene paciencia. Se mantiene listo. Está disponible para aplicar su autoridad en tu vida y en la de tus amigos y familiares. Lo único que tienes que hacer es pedirle que lo haga.
PARA DIALOGAR: ¿Qué cosas difíciles estás viviendo en este mismo momento en que podrías aprovechar la ayuda de Jesús?
PARA ORAR: Túrnense para orar por las necesidades mutuas.
PARA HACER: ¿Tienes algún amigo que necesita el poder de Jesús? Puedes empezar a ayudar orando. Luego traza planes para explicarle cómo Jesús está listo para ayudar.
Marcos 2:1–12
Y viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. Marcos 2:5
—¡Oye! ¿qué pasa ahí arriba? —se para repentinamente un escriba vestido de una magnífica túnica, interrumpiendo a Jesús que está enseñando. Señala enojado a un palo que aparece por el techo de la casa repleta de gente. Otros líderes de aspecto importante se levantan alterados, observando cómo el palo va abriendo un agujero grande, derramando adobe y polvo sobre los que están abajo.
El público mira fijamente el agujero donde se ven cuatro pares de manos rompiendo las baldosas del techo. Enseguida esas manos bajan una litera; en ella está un hombre que no se puede mover. El hombre paralítico está sufriendo físicamente. Tiene que depender de sus familiares y amigos en todo lo que necesita. También sufre espiritualmente porque es un pecador que necesita perdón.
Esos son los datos principales del hombre en la litera, pero ¿quiénes eran los cuatro señores que hicieron un agujero en el techo para poner a su amigo enfrente de Jesús?
La Biblia no nos da nombres, pero es lógico suponer que eran hombres comunes que tenían un amigo que necesitaba a Jesús. Eran como nosotros: personas comunes con amigos necesitados.
Y estos hombres comunes pudieron valerse del poder de Jesús. Lo hicieron así. Tenían una fe bastante grande como para creer que Jesús haría algo por su amigo que sufría… bastante grande como para cortar un agujero en el techo… bastante grande como para derramar trozos de adobe y polvo sobre la gente abajo, luego mirar en la habitación con esperanza, mientras Jesús enfocaba su atención en el paralítico. Jesús, que tiene poder sobre la enfermedad y el pecado, vio la fe de ellos y usó su autoridad para sanar al paralítico.
Piénsalo. El hombre está acostado de espalda, sin poder mover un músculo. Quizá hacía años que estaba así. Entonces Jesús dice: “A ti te digo, ¡levántate, toma tu camilla y vete a tu casa!” (Marcos 2:11). Y, de pronto, el hombre se pone de pie y se está moviendo como todos los demás en el cuarto. ¡Qué poder!
Jesús tiene todo el poder de Dios. Aun así, no tienes que preocuparte de que Jesús irrumpa en tu vida, invada tus actividades y te obligue a recibir su ayuda. Él es el único ser en el universo que necesitas para derrotar todos los obstáculos de la vida: físicos, mentales y espirituales. Pero él no te va a empujar. Tiene paciencia. Se mantiene listo. Está disponible para aplicar su autoridad en tu vida y en la de tus amigos y familiares. Lo único que tienes que hacer es pedirle que lo haga.
PARA DIALOGAR: ¿Qué cosas difíciles estás viviendo en este mismo momento en que podrías aprovechar la ayuda de Jesús?
PARA ORAR: Túrnense para orar por las necesidades mutuas.
PARA HACER: ¿Tienes algún amigo que necesita el poder de Jesús? Puedes empezar a ayudar orando. Luego traza planes para explicarle cómo Jesús está listo para ayudar.
La Oracion de Jabes
1 Crónicas 4:9–10
Y Jabes fue más ilustre que sus hermanos, al cual su madre llamó Jabes, diciendo: Por cuanto lo di a luz en dolor. E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: !!Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió.
Hay hombres de quienes se dice mucho, pero valen muy poco.
En cambio hay otros de quienes aunque se dice muy poco, valen mucho.
Las apariencias engañan y la calidad es mejor que la cantidad.
De Jabes se dice muy poco, pero eso poco es grande.
Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. (1 Sam. 16:7).
I. El Origen de Jabes
No lo conocemos, ni su tribu, ni familia, ni casa, ocupación ni edad.
Posiblemente era uno de los hijos de la tribu de Judá.
Lo que sabemos es que su madre le puso por nombre Jabes, “triste”
Y que fue más ilustre que sus hermanos y que hizo oración a Dios.
II. Algunas Caracteristicas de su Persona
La expresión: “más ilustre que sus hermanos” es muy notable.
Y debía ser así ya que había una ciudad edificada en su honor. (1 Cro 2:55).
Se pone el nombre a una ciudad, barrio o calle en honor de alguien.
El ser ilustre no le impidió ser un hombre de oración.
La ciencia no está reñida con la espiritualidad ni viceversa.
Resumiendo diremos que Jabes fue ilustre, famoso, erudito y piadoso.
Ilustre, se deriva de luz, el que ilumina, famoso, claro y noble.
Y lo fue con Dios, con los íntimos, con los extraños y consigo mismo.
III. El Contenido de su Oracion
Por sus expresiones es una oración hermosa, profunda y valiosa.
1. La dirigió a Dios. No invocó a los dioses paganos.
2. Pidió bendición. Sintió necesidades espirituales y materiales.
3. Pensaba prosperar: “Si … ensancharas mi territorio”, era optimista.
4. Quería protección. Se sentía débil y necesitado. Se aseguró.
IV. La Respuesta del Señor
Dios le oye, aprueba lo solicitado concediéndole lo que pide.
Su tristeza se convirtió en gozo, sabía en quién había creído.
Fue bendecido, prosperado, guiado y protegido por el Señor.
Nuestro Dios es el mismo Dios de Jabes, podemos ir a él confiadamente.
Es “el trono de la gracia” donde siempre hay oportuno socorro.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos. 4:16).
1 Crónicas 4:9–10
Y Jabes fue más ilustre que sus hermanos, al cual su madre llamó Jabes, diciendo: Por cuanto lo di a luz en dolor. E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: !!Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió.
Hay hombres de quienes se dice mucho, pero valen muy poco.
En cambio hay otros de quienes aunque se dice muy poco, valen mucho.
Las apariencias engañan y la calidad es mejor que la cantidad.
De Jabes se dice muy poco, pero eso poco es grande.
Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. (1 Sam. 16:7).
I. El Origen de Jabes
No lo conocemos, ni su tribu, ni familia, ni casa, ocupación ni edad.
Posiblemente era uno de los hijos de la tribu de Judá.
Lo que sabemos es que su madre le puso por nombre Jabes, “triste”
Y que fue más ilustre que sus hermanos y que hizo oración a Dios.
II. Algunas Caracteristicas de su Persona
La expresión: “más ilustre que sus hermanos” es muy notable.
Y debía ser así ya que había una ciudad edificada en su honor. (1 Cro 2:55).
Se pone el nombre a una ciudad, barrio o calle en honor de alguien.
El ser ilustre no le impidió ser un hombre de oración.
La ciencia no está reñida con la espiritualidad ni viceversa.
Resumiendo diremos que Jabes fue ilustre, famoso, erudito y piadoso.
Ilustre, se deriva de luz, el que ilumina, famoso, claro y noble.
Y lo fue con Dios, con los íntimos, con los extraños y consigo mismo.
III. El Contenido de su Oracion
Por sus expresiones es una oración hermosa, profunda y valiosa.
1. La dirigió a Dios. No invocó a los dioses paganos.
2. Pidió bendición. Sintió necesidades espirituales y materiales.
3. Pensaba prosperar: “Si … ensancharas mi territorio”, era optimista.
4. Quería protección. Se sentía débil y necesitado. Se aseguró.
IV. La Respuesta del Señor
Dios le oye, aprueba lo solicitado concediéndole lo que pide.
Su tristeza se convirtió en gozo, sabía en quién había creído.
Fue bendecido, prosperado, guiado y protegido por el Señor.
Nuestro Dios es el mismo Dios de Jabes, podemos ir a él confiadamente.
Es “el trono de la gracia” donde siempre hay oportuno socorro.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos. 4:16).
Pobreza con potencial
Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les rogaba que le dieran limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él los miró atento, esperando recibir de ellos algo. Pero Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
Hechos 3.3–6
¿Cuánto puede valer una limosna? ¿Algunos centavos? Cuando alguien nos pide una, con certeza que no nos está pidiendo mucho; algunas monedas que irá sumando a las que otras almas piadosas también le puedan acercar. Nadie, sin embargo, se va a quedar sin comer por dar una limosna.
Pedro y Juan no tenían ni siquiera el dinero para esto, un simple acto de caridad hacia el prójimo. Tenían, sin embargo, algo que no tenía que ver con el dinero. Un tesoro de experiencias junto al Maestro de Galilea, y corazones que habían sido transformados por la compasión de Dios. De esto que tenían, le dieron al mendigo, y el hombre fue transformado también por el poder de Dios.
Dos lecciones importantes se desprenden de este incidente:
En primer lugar, lo que la gente está pidiendo muchas veces no es lo que realmente necesitan. Cada uno da prioridad a las cosas que tienen que ver con su propio mundo, y elabora sus peticiones conforme a su propia realidad. Lo que pedimos, sin embargo, no es lo que más necesitamos. Podemos darle gracias a Dios que, en su infinita bondad, no siempre nos ha dado conforme a lo que le hemos pedido, sino según lo que necesitamos. Como siervos del Señor, también es importante discernir las peticiones que otros nos hacen, para saber si realmente necesitan lo que piden. El buen líder no concederá todo lo que los suyos le pidan, sino que buscará dar lo que el Espíritu le dirija.
En segundo lugar, el pasaje nos deja otro importante principio: debemos movernos con lo que tenemos. Esto parece demasiado obvio como para mencionarlo en esta reflexión. La verdad, sin embargo, es que demasiadas congregaciones no hacen muchas cosas porque se quedan pensando en los recursos que no tienen. Juan y Pedro bien podrían haberse ido tristes, sintiendo la frustración de no poder hacer «más» debido a la escasez de recursos con que contaban. Hasta podrían haber vuelto a la congregación para hablarles de lo importante que es dar con mayor generosidad, para cubrir las muchas necesidades en Jerusalén.
¡Cuántas veces hemos escuchado a personas lamentarse porque no tienen los recursos «necesarios» La verdad es que Dios nos ha dado lo que necesitamos para hacer la obra que él nos ha encomendado. Él no ha enviado a nadie al ministerio sin equiparlo con todo lo que necesita.
Para pensar:
Lo necesario no siempre cumple con los requisitos que establecen los hombres para hacer la obra. Si Dios muestra un proyecto, los recursos están. Pero como todas las cosas en el reino, el respaldo de Dios se acciona cuando nosotros nos ponemos en marcha con lo que tenemos. Como observa un santo de otros tiempos: «Aquel que no es generoso con lo que tiene, ¡no hace más que engañarse a sí mismo al pensar que sería generoso si tuviera más!»
Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les rogaba que le dieran limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él los miró atento, esperando recibir de ellos algo. Pero Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
Hechos 3.3–6
¿Cuánto puede valer una limosna? ¿Algunos centavos? Cuando alguien nos pide una, con certeza que no nos está pidiendo mucho; algunas monedas que irá sumando a las que otras almas piadosas también le puedan acercar. Nadie, sin embargo, se va a quedar sin comer por dar una limosna.
Pedro y Juan no tenían ni siquiera el dinero para esto, un simple acto de caridad hacia el prójimo. Tenían, sin embargo, algo que no tenía que ver con el dinero. Un tesoro de experiencias junto al Maestro de Galilea, y corazones que habían sido transformados por la compasión de Dios. De esto que tenían, le dieron al mendigo, y el hombre fue transformado también por el poder de Dios.
Dos lecciones importantes se desprenden de este incidente:
En primer lugar, lo que la gente está pidiendo muchas veces no es lo que realmente necesitan. Cada uno da prioridad a las cosas que tienen que ver con su propio mundo, y elabora sus peticiones conforme a su propia realidad. Lo que pedimos, sin embargo, no es lo que más necesitamos. Podemos darle gracias a Dios que, en su infinita bondad, no siempre nos ha dado conforme a lo que le hemos pedido, sino según lo que necesitamos. Como siervos del Señor, también es importante discernir las peticiones que otros nos hacen, para saber si realmente necesitan lo que piden. El buen líder no concederá todo lo que los suyos le pidan, sino que buscará dar lo que el Espíritu le dirija.
En segundo lugar, el pasaje nos deja otro importante principio: debemos movernos con lo que tenemos. Esto parece demasiado obvio como para mencionarlo en esta reflexión. La verdad, sin embargo, es que demasiadas congregaciones no hacen muchas cosas porque se quedan pensando en los recursos que no tienen. Juan y Pedro bien podrían haberse ido tristes, sintiendo la frustración de no poder hacer «más» debido a la escasez de recursos con que contaban. Hasta podrían haber vuelto a la congregación para hablarles de lo importante que es dar con mayor generosidad, para cubrir las muchas necesidades en Jerusalén.
¡Cuántas veces hemos escuchado a personas lamentarse porque no tienen los recursos «necesarios» La verdad es que Dios nos ha dado lo que necesitamos para hacer la obra que él nos ha encomendado. Él no ha enviado a nadie al ministerio sin equiparlo con todo lo que necesita.
Para pensar:
Lo necesario no siempre cumple con los requisitos que establecen los hombres para hacer la obra. Si Dios muestra un proyecto, los recursos están. Pero como todas las cosas en el reino, el respaldo de Dios se acciona cuando nosotros nos ponemos en marcha con lo que tenemos. Como observa un santo de otros tiempos: «Aquel que no es generoso con lo que tiene, ¡no hace más que engañarse a sí mismo al pensar que sería generoso si tuviera más!»
Votos desesperados
Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; desde el seno del seol clamé, y mi voz oíste… Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo. Los que siguen vanidades ilusorias, su fidelidad abandonan. Mas yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios. Cumpliré lo que te prometí. ¡La salvación viene de Jehová! Jonás 2.2, 7–9
El trato de Dios es normalmente el del silbo apacible. Como dice el profeta Isaías, su estilo no es clamar ni levantar la voz. El corazón tierno del Señor le lleva a tratar con cariño y paciencia a los suyos, esperando que respondan a este trato personalizado.
A veces, sin embargo, sus palabras no toman este camino. Lo intenta una, dos o tres veces. Luego, debe optar por métodos más dramáticos. Tal es el caso de Jacob, que luchó con Dios hasta el amanecer, o el caso de Pedro, que debió transitar por el camino de la negación para entender las palabras de Cristo.
Así también aconteció en la vida de Jonás. Resulta evidente que el profeta ya estaba quebrantado por su falta de obediencia. Pero su quebrantamiento no le había conducido a la presencia de Dios para confesar la rebeldía de sus caminos. Su tristeza era de muerte y, alocadamente, se había lanzado al mar. Al Señor, sin embargo, le interesa la tristeza que produce vida, «porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación» (2 Co 7.10). En cuanto Jonás entró en el vientre del pez se acordó de Dios y elevó a él una oración desesperada.
Note que su oración, además, incluye votos y promesas al Señor. Esto es típico de las oraciones que hacemos en situaciones límites. Nos interesa mayormente poder salir de la situación y, para convencer a Dios de que debe intervenir, le realizamos juramentos que cumpliremos ni bien nos saque de la situación en la cual estamos.
Estas promesas, que delatan la falta de entendimiento acerca de quién es Dios, rara vez producen cambios en nuestras vidas. Normalmente las olvidamos tan pronto como haya pasado la tormenta. Las olvidamos porque no son la expresión de un corazón de devoción, sino simplemente los ingredientes de una transacción entre dos partes: «Tú me salvas y yo, a cambio, te doy esto otro». ¡Reducen la vida cristiana a un plano meramente comercial!
Necesitamos redescubrir el corazón bondadoso de nuestro Padre celestial. Su amor no necesita ser comprado. Él siempre está dispuesto a bendecir e intervenir en nuestras vidas. Pero, como dice el psicólogo cristiano Larry Crabb: «cuando nuestra más fuerte pasión es resolver nuestros problemas, buscamos un plan a seguir más que una persona en quien confiar». No permita que su relación con Dios ingrese en este plano. Cultive su pasión a diario y no tendrá necesidad de hacer votos desesperados en medio de las crisis.
Para pensar
:
¿Recuerda alguna vez en la cual haya hecho votos desesperados a Dios? ¿Cómo le fue con el cumplimiento de ellos? ¿En qué situaciones se ve tentado a negociar con Dios? ¿Cómo puede avanzar hacia una relación más personal con él?
Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; desde el seno del seol clamé, y mi voz oíste… Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo. Los que siguen vanidades ilusorias, su fidelidad abandonan. Mas yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios. Cumpliré lo que te prometí. ¡La salvación viene de Jehová! Jonás 2.2, 7–9
El trato de Dios es normalmente el del silbo apacible. Como dice el profeta Isaías, su estilo no es clamar ni levantar la voz. El corazón tierno del Señor le lleva a tratar con cariño y paciencia a los suyos, esperando que respondan a este trato personalizado.
A veces, sin embargo, sus palabras no toman este camino. Lo intenta una, dos o tres veces. Luego, debe optar por métodos más dramáticos. Tal es el caso de Jacob, que luchó con Dios hasta el amanecer, o el caso de Pedro, que debió transitar por el camino de la negación para entender las palabras de Cristo.
Así también aconteció en la vida de Jonás. Resulta evidente que el profeta ya estaba quebrantado por su falta de obediencia. Pero su quebrantamiento no le había conducido a la presencia de Dios para confesar la rebeldía de sus caminos. Su tristeza era de muerte y, alocadamente, se había lanzado al mar. Al Señor, sin embargo, le interesa la tristeza que produce vida, «porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación» (2 Co 7.10). En cuanto Jonás entró en el vientre del pez se acordó de Dios y elevó a él una oración desesperada.
Note que su oración, además, incluye votos y promesas al Señor. Esto es típico de las oraciones que hacemos en situaciones límites. Nos interesa mayormente poder salir de la situación y, para convencer a Dios de que debe intervenir, le realizamos juramentos que cumpliremos ni bien nos saque de la situación en la cual estamos.
Estas promesas, que delatan la falta de entendimiento acerca de quién es Dios, rara vez producen cambios en nuestras vidas. Normalmente las olvidamos tan pronto como haya pasado la tormenta. Las olvidamos porque no son la expresión de un corazón de devoción, sino simplemente los ingredientes de una transacción entre dos partes: «Tú me salvas y yo, a cambio, te doy esto otro». ¡Reducen la vida cristiana a un plano meramente comercial!
Necesitamos redescubrir el corazón bondadoso de nuestro Padre celestial. Su amor no necesita ser comprado. Él siempre está dispuesto a bendecir e intervenir en nuestras vidas. Pero, como dice el psicólogo cristiano Larry Crabb: «cuando nuestra más fuerte pasión es resolver nuestros problemas, buscamos un plan a seguir más que una persona en quien confiar». No permita que su relación con Dios ingrese en este plano. Cultive su pasión a diario y no tendrá necesidad de hacer votos desesperados en medio de las crisis.
Para pensar
:
¿Recuerda alguna vez en la cual haya hecho votos desesperados a Dios? ¿Cómo le fue con el cumplimiento de ellos? ¿En qué situaciones se ve tentado a negociar con Dios? ¿Cómo puede avanzar hacia una relación más personal con él?
Una lección inolvidable
Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros, porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis. Juan 13.14–15
Imagine por un momento que Jesús hubiera enseñado los principios, en esta lección, de la misma manera que nosotros los enseñamos. Primeramente, hubiera anunciado con bastante antelación la fecha de un «seminario sobre cómo servir», para que los discípulos vayan reservando la fecha e, incluso, invitando a algunos otros interesados. En privado, Cristo dedicaría largas horas a estudiar los textos bíblicos acerca del tema del servicio, armando cuidadosamente los argumentos a favor de los diferentes aspectos de este tema.
En la fecha establecida, los hubiera reunido y habría compartido los resultados de sus estudios, presentando amplias evidencias acerca de la importancia del servicio. No hubiera terminado su lección sin una seria exhortación a que los discípulos practicaran lo que habían escuchado en «clase».
Tome nota de su estrategia. No anunció nada. No preparó a los discípulos con un discurso. No les dio ninguna explicación acerca de lo que iba a hacer. En el momento menos esperado, cuando estaban todos relajados y disfrutando de la cena, se levantó y comenzó los preparativos para lavarles los pies.
¿Se imagina las miradas entre los discípulos? ¿Qué cosa se proponía hacer ahora este Maestro tan poco tradicional? Terminados los preparativos, comenzó a lavarles los pies. Aún no procedía de sus labios ninguna explicación. Los discípulos le observaban, seguramente con una mezcla de vergüenza y curiosidad. Cuando llegó a Pedro, el «vocero» del grupo se atrevió a cuestionar las acciones de Jesús. Recién en este momento el Maestro ofrece una explicación, pero es escueta y no aclara nada.
Cuando volvió a sentarse en la mesa, Jesús se preparó para darles la conclusión de la lección que habían visto. Salvo el diálogo con Pedro, no había proferido palabra alguna. Sin embargo, les acababa de enseñar una de las lecciones más dramáticas que habían aprendido en los tres años compartidos con él.
Cristo agregó palabras a su ejemplo. No dejó librado al entendimiento de cada discípulo lo que había querido enseñar. Pero sus palabras fueron la conclusión perfecta a una lección que ya había sido grabada a fuego en sus corazones. Simplemente les ayudó a elaborar lo que habían visto.
Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros, porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis. Juan 13.14–15
Para pensar:
Siempre podemos servir ¡Procure aprovechar al máximo esas situaciones!
Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros, porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis. Juan 13.14–15
Imagine por un momento que Jesús hubiera enseñado los principios, en esta lección, de la misma manera que nosotros los enseñamos. Primeramente, hubiera anunciado con bastante antelación la fecha de un «seminario sobre cómo servir», para que los discípulos vayan reservando la fecha e, incluso, invitando a algunos otros interesados. En privado, Cristo dedicaría largas horas a estudiar los textos bíblicos acerca del tema del servicio, armando cuidadosamente los argumentos a favor de los diferentes aspectos de este tema.
En la fecha establecida, los hubiera reunido y habría compartido los resultados de sus estudios, presentando amplias evidencias acerca de la importancia del servicio. No hubiera terminado su lección sin una seria exhortación a que los discípulos practicaran lo que habían escuchado en «clase».
Tome nota de su estrategia. No anunció nada. No preparó a los discípulos con un discurso. No les dio ninguna explicación acerca de lo que iba a hacer. En el momento menos esperado, cuando estaban todos relajados y disfrutando de la cena, se levantó y comenzó los preparativos para lavarles los pies.
¿Se imagina las miradas entre los discípulos? ¿Qué cosa se proponía hacer ahora este Maestro tan poco tradicional? Terminados los preparativos, comenzó a lavarles los pies. Aún no procedía de sus labios ninguna explicación. Los discípulos le observaban, seguramente con una mezcla de vergüenza y curiosidad. Cuando llegó a Pedro, el «vocero» del grupo se atrevió a cuestionar las acciones de Jesús. Recién en este momento el Maestro ofrece una explicación, pero es escueta y no aclara nada.
Cuando volvió a sentarse en la mesa, Jesús se preparó para darles la conclusión de la lección que habían visto. Salvo el diálogo con Pedro, no había proferido palabra alguna. Sin embargo, les acababa de enseñar una de las lecciones más dramáticas que habían aprendido en los tres años compartidos con él.
Cristo agregó palabras a su ejemplo. No dejó librado al entendimiento de cada discípulo lo que había querido enseñar. Pero sus palabras fueron la conclusión perfecta a una lección que ya había sido grabada a fuego en sus corazones. Simplemente les ayudó a elaborar lo que habían visto.
Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros, porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis. Juan 13.14–15
Para pensar:
Siempre podemos servir ¡Procure aprovechar al máximo esas situaciones!
Una fiesta sin fin
Todos los días del afligido son malos, pero el de corazón alegre tiene un banquete continuo. Proverbios 15.15 (LBLA)
Si usted ha estado cerca de una persona negativa sabe lo desgastante que es. No importa cuál es la circunstancia en la que se encuentra, esta persona siempre encuentra algo de qué quejarse. Sus comentarios están repletos de lamentos, críticas y comentarios depresivos con respecto al futuro. Uno se siente tentado a huir de tal persona, porque su actitud lentamente va apagando toda manifestación de alegría o esperanza en los demás.
Es importante que tengamos en cuenta cuál es la esencia del error de esta clase de personas, porque la semilla de esta actitud yace en cada uno de nuestros corazones. Esto no tiene por qué sorprendernos, pues estamos inmersos en un sistema cultural que se esfuerza por hacernos creer que la verdadera felicidad depende de lo que está a nuestro alrededor, la abundancia de nuestras pertenencias, lo abultado de nuestro sueldo, lo agradable de nuestras circunstancias y lo extenso de nuestra lista de amigos. Como esta no es nuestra realidad, podemos pasar todo nuestro tiempo lamentando el hecho de que estas condiciones -que según la filosofía popular son esenciales para nuestra felicidad- nos han sido negadas.
El autor de Proverbios, con sabiduría incisiva, nos está señalando que la alegría de vivir no tiene nada que ver con lo que tenemos, ni tampoco con lo que está pasando a nuestro alrededor. La posibilidad de ver la vida con gratitud y alegría, viene de una realidad que se ha instalado en la profundidad de nuestro corazón, y no hay circunstancia que la pueda desalojar. Por esta razón, el de corazón alegre, siempre encuentra motivos para celebrar, aun en medio de las circunstancias más adversas. El afligido, en cambio, puede encontrarse rodeado de una realidad envidiable, e igualmente concentrarse solamente en lo que le desagrada.
¿Cómo cultivar esta actitud? Estamos hablando aquí de una tendencia a la celebración constante, y esta actitud no puede tener otro origen que la certeza de que Dios está presente siempre, obrando en cada circunstancia y procurando lo mejor para mi vida. La persona de corazón alegre ve la bondad de Dios en todos lados, y esto lo motiva a ofrecer continuas expresiones de gratitud y gozo. No pierde oportunidad para hacer partícipes a los demás de la fiesta que vive con el Señor. Es decir, bendice, porque se siente bendecido!
¿Será, entonces, que necesitamos sentirnos bendecidos para irrumpir en esta clase de vida celebratoria? ¡De ninguna manera!, pues ya hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo Jesús (Ef 1.3). Aunque usted no lo sienta, la bendición ya ha sido derramada en abundancia. Lo que necesitamos, más bien, es recuperar una perspectiva celestial de la vida. Esto sólo será posible si hacemos de la celebración una disciplina que contrarreste el espíritu de queja y crítica tan prevaleciente en nuestros tiempos. «Regocijaos en el Señor siempre», nos dice Pablo, «Otra vez lo diré: ¡Regocijaos!» (Flp 4.4).
Para pensar:
Richard Foster, autor de Alabanza a la disciplina, escribe: «El estar libre de la ansiedad y la preocupación es el fundamento de la celebración. Como sabemos que Dios tiene cuidado de nosotros, podemos echar todas nuestras ansiedades sobre él. Dios ha cambiado nuestro lamento en baile».
Todos los días del afligido son malos, pero el de corazón alegre tiene un banquete continuo. Proverbios 15.15 (LBLA)
Si usted ha estado cerca de una persona negativa sabe lo desgastante que es. No importa cuál es la circunstancia en la que se encuentra, esta persona siempre encuentra algo de qué quejarse. Sus comentarios están repletos de lamentos, críticas y comentarios depresivos con respecto al futuro. Uno se siente tentado a huir de tal persona, porque su actitud lentamente va apagando toda manifestación de alegría o esperanza en los demás.
Es importante que tengamos en cuenta cuál es la esencia del error de esta clase de personas, porque la semilla de esta actitud yace en cada uno de nuestros corazones. Esto no tiene por qué sorprendernos, pues estamos inmersos en un sistema cultural que se esfuerza por hacernos creer que la verdadera felicidad depende de lo que está a nuestro alrededor, la abundancia de nuestras pertenencias, lo abultado de nuestro sueldo, lo agradable de nuestras circunstancias y lo extenso de nuestra lista de amigos. Como esta no es nuestra realidad, podemos pasar todo nuestro tiempo lamentando el hecho de que estas condiciones -que según la filosofía popular son esenciales para nuestra felicidad- nos han sido negadas.
El autor de Proverbios, con sabiduría incisiva, nos está señalando que la alegría de vivir no tiene nada que ver con lo que tenemos, ni tampoco con lo que está pasando a nuestro alrededor. La posibilidad de ver la vida con gratitud y alegría, viene de una realidad que se ha instalado en la profundidad de nuestro corazón, y no hay circunstancia que la pueda desalojar. Por esta razón, el de corazón alegre, siempre encuentra motivos para celebrar, aun en medio de las circunstancias más adversas. El afligido, en cambio, puede encontrarse rodeado de una realidad envidiable, e igualmente concentrarse solamente en lo que le desagrada.
¿Cómo cultivar esta actitud? Estamos hablando aquí de una tendencia a la celebración constante, y esta actitud no puede tener otro origen que la certeza de que Dios está presente siempre, obrando en cada circunstancia y procurando lo mejor para mi vida. La persona de corazón alegre ve la bondad de Dios en todos lados, y esto lo motiva a ofrecer continuas expresiones de gratitud y gozo. No pierde oportunidad para hacer partícipes a los demás de la fiesta que vive con el Señor. Es decir, bendice, porque se siente bendecido!
¿Será, entonces, que necesitamos sentirnos bendecidos para irrumpir en esta clase de vida celebratoria? ¡De ninguna manera!, pues ya hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo Jesús (Ef 1.3). Aunque usted no lo sienta, la bendición ya ha sido derramada en abundancia. Lo que necesitamos, más bien, es recuperar una perspectiva celestial de la vida. Esto sólo será posible si hacemos de la celebración una disciplina que contrarreste el espíritu de queja y crítica tan prevaleciente en nuestros tiempos. «Regocijaos en el Señor siempre», nos dice Pablo, «Otra vez lo diré: ¡Regocijaos!» (Flp 4.4).
Para pensar:
Richard Foster, autor de Alabanza a la disciplina, escribe: «El estar libre de la ansiedad y la preocupación es el fundamento de la celebración. Como sabemos que Dios tiene cuidado de nosotros, podemos echar todas nuestras ansiedades sobre él. Dios ha cambiado nuestro lamento en baile».
Andar dignamente
Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual. Así podréis andar como es digno del Señor, agradándolo en todo, llevando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios.
Colosenses 1.9–10
Nuestra lucha por descubrir la voluntad de Dios normalmente se manifiesta en esos momentos críticos de nuestra vida cuando nos vemos enfrentados a una decisión que es crucial para nuestro futuro: escoger a la persona que será nuestra pareja, elegir una carrera, cambiar de trabajo, evaluar la posibilidad de una mudanza o, incluso, el traslado a otro país. Frente a estos desafíos, elevamos oraciones y súplicas a Dios, porque queremos hacer lo que es correcto delante de él.
La oración de Pablo por la iglesia de Colosas es instructiva en este sentido. Pablo podría haber pedido muchas cosas por ellos, pero decidió orar por esto: que fueran llenos del conocimiento de Su voluntad. Tal oración presupone que el conocimiento de la voluntad de Dios es un aspecto fundamental de la vida del cristiano. De hecho, el mismo apóstol, en la carta de Romanos, nos describe como «esclavos de la obediencia» (Ro 6.16). Nuestra condición de esclavos a la obediencia convierte en fundamentales las instrucciones del Señor para nuestras vidas, pues ningún esclavo puede obedecer si no ha recibido instrucciones.
Quiero, sin embargo, que usted tome nota de algo: la razón por el cuál Pablo pide que ellos sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios no es porque la congregación se enfrentaba a una decisión fundamental que afectaría el futuro de la iglesia. Más bien, el deseo del apóstol era que anduvieran «como es digno del Señor». De esta manera, introduce un elemento mucho más ordinario a su oración de lo que nosotros estamos acostumbrados a contemplar. No está pensando en aquellos dramáticos dilemas que nos presenta la vida, sino en los rutinarios acontecimientos que son una parte de cada día.
La implicación es clara: el Señor pretende ser Señor en situaciones tan «poco espirituales» como los momentos en que usted interactúa con su familia, realiza las labores de su trabajo, o conduce el carro. Es precisamente en estas situaciones cuando tendemos a vivir sin darle mayor importancia a lo espiritual. El deseo del Señor, sin embargo, es que le agrademos en todo, que llevemos fruto en toda buena obra y que crezcamos a cada instante en el conocimiento de él.
La oración de Pablo, entonces, nos llama no solamente a entender que la voluntad de Dios debe ser clara en todas y cada una de las situaciones que enfrentamos a diario, sino también a estar atentos a la guía de su Espíritu que estará interesado en revelarnos esa voluntad a cada paso de la vida. Nuestra búsqueda de sus deseos no debe estar limitada a las instancias definitorias de la vida, sino también a los pequeños momentos, que con frecuencia descartamos por insignificantes.
Para pensar:
¿En que áreas de la vida acostumbra hacer las cosas automáticamente, sin pensar en la voluntad del Señor? ¿Cómo suele discernir la voluntad de Dios? ¿De qué maneras puede volverse más sensible a sus instrucciones?
Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual. Así podréis andar como es digno del Señor, agradándolo en todo, llevando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios.
Colosenses 1.9–10
Nuestra lucha por descubrir la voluntad de Dios normalmente se manifiesta en esos momentos críticos de nuestra vida cuando nos vemos enfrentados a una decisión que es crucial para nuestro futuro: escoger a la persona que será nuestra pareja, elegir una carrera, cambiar de trabajo, evaluar la posibilidad de una mudanza o, incluso, el traslado a otro país. Frente a estos desafíos, elevamos oraciones y súplicas a Dios, porque queremos hacer lo que es correcto delante de él.
La oración de Pablo por la iglesia de Colosas es instructiva en este sentido. Pablo podría haber pedido muchas cosas por ellos, pero decidió orar por esto: que fueran llenos del conocimiento de Su voluntad. Tal oración presupone que el conocimiento de la voluntad de Dios es un aspecto fundamental de la vida del cristiano. De hecho, el mismo apóstol, en la carta de Romanos, nos describe como «esclavos de la obediencia» (Ro 6.16). Nuestra condición de esclavos a la obediencia convierte en fundamentales las instrucciones del Señor para nuestras vidas, pues ningún esclavo puede obedecer si no ha recibido instrucciones.
Quiero, sin embargo, que usted tome nota de algo: la razón por el cuál Pablo pide que ellos sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios no es porque la congregación se enfrentaba a una decisión fundamental que afectaría el futuro de la iglesia. Más bien, el deseo del apóstol era que anduvieran «como es digno del Señor». De esta manera, introduce un elemento mucho más ordinario a su oración de lo que nosotros estamos acostumbrados a contemplar. No está pensando en aquellos dramáticos dilemas que nos presenta la vida, sino en los rutinarios acontecimientos que son una parte de cada día.
La implicación es clara: el Señor pretende ser Señor en situaciones tan «poco espirituales» como los momentos en que usted interactúa con su familia, realiza las labores de su trabajo, o conduce el carro. Es precisamente en estas situaciones cuando tendemos a vivir sin darle mayor importancia a lo espiritual. El deseo del Señor, sin embargo, es que le agrademos en todo, que llevemos fruto en toda buena obra y que crezcamos a cada instante en el conocimiento de él.
La oración de Pablo, entonces, nos llama no solamente a entender que la voluntad de Dios debe ser clara en todas y cada una de las situaciones que enfrentamos a diario, sino también a estar atentos a la guía de su Espíritu que estará interesado en revelarnos esa voluntad a cada paso de la vida. Nuestra búsqueda de sus deseos no debe estar limitada a las instancias definitorias de la vida, sino también a los pequeños momentos, que con frecuencia descartamos por insignificantes.
Para pensar:
¿En que áreas de la vida acostumbra hacer las cosas automáticamente, sin pensar en la voluntad del Señor? ¿Cómo suele discernir la voluntad de Dios? ¿De qué maneras puede volverse más sensible a sus instrucciones?
El testimonio que llega
Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti. Él se fue y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban.
Marcos 5.19–20
El endemoniado de Gadara nunca había sido tratado bien por los pobladores de la zona. Muchas veces lo habían intentado controlar, atándolo con grillos y cadenas, porque era una persona violenta e impredecible. Con la llegada de Jesús, conoció por primera vez el poder transformador del amor de Dios. ¡Y fue transformado en otro hombre! Como es de entenderse, este nuevo varón no encontraba nada atractivo el hecho de quedarse en la zona donde, durante tanto tiempo, había vivido atormentado y aislado de todo indicio de afecto. Al retirarse Jesús hacia su embarcación no dudó en rogarle al Maestro que lo llevara consigo.
Cristo, sin embargo, sabía que la mejor manera de retener una bendición era compartirla con otros. En el reino, lo que no se comparte se echa a perder. Por eso nuestro llamado es a ser bendecidos y también a bendecir. De manera que Cristo lo mandó a compartir con lo suyos lo que había experimentado.
Piense un momento en las aptitudes «evangelísticas» de este hombre. No tenía ni un solo día de creyente. Desconocía los textos más elementales de la Palabra. No sabía argumentar acerca de su fe. No entendía los principios más rudimentarios de la vida cristiana y no poseía capacitación alguna para testificar a otros de su fe.
Este nuevo discípulo, sin embargo, ya era experto en un tema: ¡cómo Dios puede transformar la vida de un endemoniado! Y de este tema lo mandó a hablar Jesucristo. «Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti». ¿Cree usted que las personas con las cuales se cruzó habrán dudado de lo genuino de su testimonio? ¡Por supuesto que no! Porque este hombre hablaba con una convicción nacida de una experiencia dramática con Jesús.
Muchos de nuestros esfuerzos evangelísticos fallan justamente por esta razón. Lo que compartimos no tiene que ver con las grandes cosas que Dios está haciendo en nuestras vidas. Más bien nos limitamos a hablar de las razones por las que creemos que la otra persona debe convertirse. Rara vez logramos convencer a los demás con argumentos de este tipo.
Para pensar:
¿Cómo hemos, entonces, de remediar esta falta de credibilidad? Un sola solución servirá. Necesitamos que Dios esté haciendo grandes cosas en nuestras propias vidas. Para eso, no podemos darnos el lujo de perdernos un solo día de la aventura de caminar junto a él. Nuestro ministerio llegará a los demás, en la medida que Dios está transformando nuestros propios corazones.
Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti. Él se fue y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban.
Marcos 5.19–20
El endemoniado de Gadara nunca había sido tratado bien por los pobladores de la zona. Muchas veces lo habían intentado controlar, atándolo con grillos y cadenas, porque era una persona violenta e impredecible. Con la llegada de Jesús, conoció por primera vez el poder transformador del amor de Dios. ¡Y fue transformado en otro hombre! Como es de entenderse, este nuevo varón no encontraba nada atractivo el hecho de quedarse en la zona donde, durante tanto tiempo, había vivido atormentado y aislado de todo indicio de afecto. Al retirarse Jesús hacia su embarcación no dudó en rogarle al Maestro que lo llevara consigo.
Cristo, sin embargo, sabía que la mejor manera de retener una bendición era compartirla con otros. En el reino, lo que no se comparte se echa a perder. Por eso nuestro llamado es a ser bendecidos y también a bendecir. De manera que Cristo lo mandó a compartir con lo suyos lo que había experimentado.
Piense un momento en las aptitudes «evangelísticas» de este hombre. No tenía ni un solo día de creyente. Desconocía los textos más elementales de la Palabra. No sabía argumentar acerca de su fe. No entendía los principios más rudimentarios de la vida cristiana y no poseía capacitación alguna para testificar a otros de su fe.
Este nuevo discípulo, sin embargo, ya era experto en un tema: ¡cómo Dios puede transformar la vida de un endemoniado! Y de este tema lo mandó a hablar Jesucristo. «Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti». ¿Cree usted que las personas con las cuales se cruzó habrán dudado de lo genuino de su testimonio? ¡Por supuesto que no! Porque este hombre hablaba con una convicción nacida de una experiencia dramática con Jesús.
Muchos de nuestros esfuerzos evangelísticos fallan justamente por esta razón. Lo que compartimos no tiene que ver con las grandes cosas que Dios está haciendo en nuestras vidas. Más bien nos limitamos a hablar de las razones por las que creemos que la otra persona debe convertirse. Rara vez logramos convencer a los demás con argumentos de este tipo.
Para pensar:
¿Cómo hemos, entonces, de remediar esta falta de credibilidad? Un sola solución servirá. Necesitamos que Dios esté haciendo grandes cosas en nuestras propias vidas. Para eso, no podemos darnos el lujo de perdernos un solo día de la aventura de caminar junto a él. Nuestro ministerio llegará a los demás, en la medida que Dios está transformando nuestros propios corazones.
Viviendo Sabiamente
“PORQUE MIL AÑOS DELANTE DE TUS OJOS SON COMO EL DÍA DE AYER QUE PASÓ… ACABAMOS NUESTROS AÑOS COMO UN PENSAMIENTO… ENSÉÑANOS DE TAL MODO A CONTAR NUESTROS DÍAS QUE TRAIGAMOS AL CORAZÓN SABIDURÍA” (SALMOS90:4ª; 9b, 12)
Dios es un Dios que puede tomar la Eternidad, la cual no puede ser contenida y contenerla.
Te explico como, Él lo hizo de la siguiente manera: La tomó en sus manos y la depositó en un recipiente de 365 días, luego dividió los 365 días en 12 fragmentos, dando nacimiento a los 12 meses del año, los cuales a su vez dividió en 4 partes iguales, dando origen a las estaciones del año: Verano, Otoño, Invierno y Primavera.
Y sobre todo el año colocó periodos de 24 horas llamados días y los dividió nuevamente en dos fragmentos de 12 horas cada una. Un fragmento de 12 horas llamado el “día” y otro fragmento de 12 horas llamado “noche”, para que señoreasen sobre 1 año.
Solo un Dios Inmensamente, Omnisciente, Omnipotente y Omnipresente puede tomar lo “INCONTABLE Y CONTARLO” tomar lo “INCONTENIBLE Y CONTENERLO” tomar LA ETERNIDAD Y DARLE TIEMPOS Y TIEMPOS”
¿PORQUÉ UN DIOS TAN OCUPADO SE TOMARÍA SU PRECIOSO TIEMPO EN CREAR TIEMPOS PARA NOSOTROS?
¿SABES PORQUÉ? “¡PORQUE SOMOS SU ESPECIAL TESORO, SOMOS LA NIÑA DE SUS OJOS, QUIÉN SE METE CONTIGO SE METE CON DIOS!!!” ALELUYA!!!!
Ahora bien, entendamos que si Dios preparó una vida de tiempos ordenados para nosotros, es porque Él quiere que también nosotros ordenemos nuestros tiempos y caminos, porque los tiempos son cortos y los días malos y nos volvamos a Él de todo corazón. (Salmos50:23) (Salmos119:5)
La vida del hombre es efímera “COMO LA HIERBA DEL CAMPO QUE CRECE EN LA MAÑANA. EN LA MAÑANA FLORECE Y CRECE Y A LA TARDE ES CORTADA, Y SE SECA” (SALMOS90:6).
Decimos con total seguridad mañana haré esto o aquello, o iré a tal ciudad. Cuando más bien deberíamos decir con más prudencia “Si Dios quiere, haré esto, o viajaré o haré tal negocio” (Santiago4:13-15)
En ocaciones nos creemos eternos, inmortales, intocables, y si poseemos bienes que pudieran darnos algo de estabilidad en cuanto a salud y una vida de mejor calidad “muchos hasta se creen dioses y dueños del día de su vida y su muerte”
“Nada hemos traído y nada llevaremos”
SALVO la relación edificada con Dios en nuestro transitar por esta tierra. La cual te advierto es muy corta (Salmos90:10)
Es por ello mi meditación en este día “QUE APRENDAMOS DE TAL MODO A CONTAR NUESTROS DÍAS, QUE TRAIGAMOS AL CORAZÓN SABIDURÍA” (Salmos90:12)
“Vive un día a la vez, ayer ya pasó, mañana quizás jamás vendrá, vive este día como si fuera el último que tuvieras sobre la tierra. Corta una flor y regalasela a alguien que amas, pídele perdón a tus seres queridos si estás distanciado de ellos, planta un árbol, lee una bella poesía o el libro bíblico de Salmos o Proverbios, has algo por alguien que lo necesite. Y lo más importante arregla tus cuentas con Dios y con quienes tienes que arreglarlas”
– PORQUE DICE: EN TIEMPO ACEPTABLE TE HE OIDO, Y EN DÍA DE SALVACIÓN TE HE SOCORRIDO.
– HE AQUÍ AHORA EL TIEMPO ACEPTABLE, HE AQUÍ AHORA EL DÍA DE SALVACIÓN- (2 CORINTIOS6:2)
“PORQUE MIL AÑOS DELANTE DE TUS OJOS SON COMO EL DÍA DE AYER QUE PASÓ… ACABAMOS NUESTROS AÑOS COMO UN PENSAMIENTO… ENSÉÑANOS DE TAL MODO A CONTAR NUESTROS DÍAS QUE TRAIGAMOS AL CORAZÓN SABIDURÍA” (SALMOS90:4ª; 9b, 12)
Dios es un Dios que puede tomar la Eternidad, la cual no puede ser contenida y contenerla.
Te explico como, Él lo hizo de la siguiente manera: La tomó en sus manos y la depositó en un recipiente de 365 días, luego dividió los 365 días en 12 fragmentos, dando nacimiento a los 12 meses del año, los cuales a su vez dividió en 4 partes iguales, dando origen a las estaciones del año: Verano, Otoño, Invierno y Primavera.
Y sobre todo el año colocó periodos de 24 horas llamados días y los dividió nuevamente en dos fragmentos de 12 horas cada una. Un fragmento de 12 horas llamado el “día” y otro fragmento de 12 horas llamado “noche”, para que señoreasen sobre 1 año.
Solo un Dios Inmensamente, Omnisciente, Omnipotente y Omnipresente puede tomar lo “INCONTABLE Y CONTARLO” tomar lo “INCONTENIBLE Y CONTENERLO” tomar LA ETERNIDAD Y DARLE TIEMPOS Y TIEMPOS”
¿PORQUÉ UN DIOS TAN OCUPADO SE TOMARÍA SU PRECIOSO TIEMPO EN CREAR TIEMPOS PARA NOSOTROS?
¿SABES PORQUÉ? “¡PORQUE SOMOS SU ESPECIAL TESORO, SOMOS LA NIÑA DE SUS OJOS, QUIÉN SE METE CONTIGO SE METE CON DIOS!!!” ALELUYA!!!!
Ahora bien, entendamos que si Dios preparó una vida de tiempos ordenados para nosotros, es porque Él quiere que también nosotros ordenemos nuestros tiempos y caminos, porque los tiempos son cortos y los días malos y nos volvamos a Él de todo corazón. (Salmos50:23) (Salmos119:5)
La vida del hombre es efímera “COMO LA HIERBA DEL CAMPO QUE CRECE EN LA MAÑANA. EN LA MAÑANA FLORECE Y CRECE Y A LA TARDE ES CORTADA, Y SE SECA” (SALMOS90:6).
Decimos con total seguridad mañana haré esto o aquello, o iré a tal ciudad. Cuando más bien deberíamos decir con más prudencia “Si Dios quiere, haré esto, o viajaré o haré tal negocio” (Santiago4:13-15)
En ocaciones nos creemos eternos, inmortales, intocables, y si poseemos bienes que pudieran darnos algo de estabilidad en cuanto a salud y una vida de mejor calidad “muchos hasta se creen dioses y dueños del día de su vida y su muerte”
“Nada hemos traído y nada llevaremos”
SALVO la relación edificada con Dios en nuestro transitar por esta tierra. La cual te advierto es muy corta (Salmos90:10)
Es por ello mi meditación en este día “QUE APRENDAMOS DE TAL MODO A CONTAR NUESTROS DÍAS, QUE TRAIGAMOS AL CORAZÓN SABIDURÍA” (Salmos90:12)
“Vive un día a la vez, ayer ya pasó, mañana quizás jamás vendrá, vive este día como si fuera el último que tuvieras sobre la tierra. Corta una flor y regalasela a alguien que amas, pídele perdón a tus seres queridos si estás distanciado de ellos, planta un árbol, lee una bella poesía o el libro bíblico de Salmos o Proverbios, has algo por alguien que lo necesite. Y lo más importante arregla tus cuentas con Dios y con quienes tienes que arreglarlas”
– PORQUE DICE: EN TIEMPO ACEPTABLE TE HE OIDO, Y EN DÍA DE SALVACIÓN TE HE SOCORRIDO.
– HE AQUÍ AHORA EL TIEMPO ACEPTABLE, HE AQUÍ AHORA EL DÍA DE SALVACIÓN- (2 CORINTIOS6:2)
Algo que siempre es correcto hacer
Lucas 6:27-35
Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. Lucas 6:31
La peor pesadilla de Chang Ho se ha convertido en realidad. Deambula por el pasillo de la escuela sin poder acordarse cómo llegar a su aula. No recuerda qué materias tiene hoy, ni qué tareas tenía que traer a clase. De pronto, se da cuenta de que lo único que sabe es que ya no sabe nada de lo que necesita saber, como ser quiénes son sus profesores… quiénes son sus compañeros de clase… a qué hora tiene que llegar a clase. Huye despavorido a la Dirección. Pero allí no lo pueden ayudar si no saben su nombre… que él no puede recordar…
Puede ser que te olvides de todo tipo de cosas. Pero éste es un mandato totalmente correcto, completamente básico que tienes que recordar: ama siempre.
El mandato de Dios de amar es uno de sus absolutos. Esto significa que no tiene excepciones, aun si alguien no nos cae bien, o si alguien nos trata mal o si nos parece que alguien tiene mal aliento.
Algunos argumentan que un mandato nunca puede aplicarse a todas las personas en todos los tiempos y en todo lugar. No obstante, podemos estar seguros de que el mandato de amar se aplica a cualquier situación que enfrentamos. ¿Has notado alguna vez cómo a la gente cruel no le gusta cuando los demás los tratan con la misma crueldad? Les gusta ignorar a otros y echar a andar rumores o decir cosas maliciosas de los demás. Pero si alguien les hace lo mismo, se sienten víctimas de una injusticia. Esa es la manera como sabemos que cualquier cosa que sea menos que amar es mala.
Piensa en ti mismo. Sin duda quieres que los demás te traten con simpatía. Y sin duda te sientes molesto cuando no recibes el trato que esperas. Cuando ayudas a un amigo con su tarea escolar, por ejemplo, esperas que él agradezca tu ayuda, y te sientes desilusionado, lastimado o frustrado cuando no te da las gracias.
Todos quieren ser amados. Si admites que esperas ser tratado con cariño, entonces lo que tienes que hacer es amar a los demás como esperas ser amado.
Jesús lo dijo bien cuando dio la Regla de Oro: Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos (Lucas 6:31). Esta es una manera fácil de recordar la regla más grande de Dios: amar siempre.
PARA DIALOGAR: ¿Cuál es el mandato que no debes olvidar? ¿Cómo puedes estar seguro de que el mandato divino de amar es siempre el correcto?
PARA ORAR: Señor, sé que es importante amar a los demás como queremos que los demás nos amen. Ayúdanos a amar como tú amas.
PARA HACER: ¿Algunas vez has dejado de amar a ciertas personas porque no las aprecias? Escoge a una persona y comienza hoy la costumbre de amarla.
Lucas 6:27-35
Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. Lucas 6:31
La peor pesadilla de Chang Ho se ha convertido en realidad. Deambula por el pasillo de la escuela sin poder acordarse cómo llegar a su aula. No recuerda qué materias tiene hoy, ni qué tareas tenía que traer a clase. De pronto, se da cuenta de que lo único que sabe es que ya no sabe nada de lo que necesita saber, como ser quiénes son sus profesores… quiénes son sus compañeros de clase… a qué hora tiene que llegar a clase. Huye despavorido a la Dirección. Pero allí no lo pueden ayudar si no saben su nombre… que él no puede recordar…
Puede ser que te olvides de todo tipo de cosas. Pero éste es un mandato totalmente correcto, completamente básico que tienes que recordar: ama siempre.
El mandato de Dios de amar es uno de sus absolutos. Esto significa que no tiene excepciones, aun si alguien no nos cae bien, o si alguien nos trata mal o si nos parece que alguien tiene mal aliento.
Algunos argumentan que un mandato nunca puede aplicarse a todas las personas en todos los tiempos y en todo lugar. No obstante, podemos estar seguros de que el mandato de amar se aplica a cualquier situación que enfrentamos. ¿Has notado alguna vez cómo a la gente cruel no le gusta cuando los demás los tratan con la misma crueldad? Les gusta ignorar a otros y echar a andar rumores o decir cosas maliciosas de los demás. Pero si alguien les hace lo mismo, se sienten víctimas de una injusticia. Esa es la manera como sabemos que cualquier cosa que sea menos que amar es mala.
Piensa en ti mismo. Sin duda quieres que los demás te traten con simpatía. Y sin duda te sientes molesto cuando no recibes el trato que esperas. Cuando ayudas a un amigo con su tarea escolar, por ejemplo, esperas que él agradezca tu ayuda, y te sientes desilusionado, lastimado o frustrado cuando no te da las gracias.
Todos quieren ser amados. Si admites que esperas ser tratado con cariño, entonces lo que tienes que hacer es amar a los demás como esperas ser amado.
Jesús lo dijo bien cuando dio la Regla de Oro: Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos (Lucas 6:31). Esta es una manera fácil de recordar la regla más grande de Dios: amar siempre.
PARA DIALOGAR: ¿Cuál es el mandato que no debes olvidar? ¿Cómo puedes estar seguro de que el mandato divino de amar es siempre el correcto?
PARA ORAR: Señor, sé que es importante amar a los demás como queremos que los demás nos amen. Ayúdanos a amar como tú amas.
PARA HACER: ¿Algunas vez has dejado de amar a ciertas personas porque no las aprecias? Escoge a una persona y comienza hoy la costumbre de amarla.
«Yo estoy contigo»
Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno,porque tú estás conmigo. Salmo 23.4 (LBLA)
Tome nota de la razón por la cual el salmista está confiado.
No es la esperanza de que sus circunstancias cambien, ni tampoco la idea de que puede tener una vida sin complicaciones, ni dificultades. Al contrario, el salmista se da cuenta que hay una buena posibilidad de que le toque caminar por el valle de sombra de muerte. La fortaleza de su postura frente a este panorama, sin embargo, es que tiene convicción de que el Señor estará con él, aun en las peores circunstancias.
¿Se ha detenido alguna vez a meditar en la cantidad de veces que el Señor dice yo estoy contigo? Los pasajes bíblicos donde encontramos reiterada esta frase parecen todos tener algo en común: Cada uno describe una situación que infundía temor en el protagonista de los acontecimientos. Jacob, por ejemplo, tenía miedo de volver a su casa porque su hermano había jurado darle muerte.
El Señor lo visitó y le dijo: «yo estaré contigo» (Gn 31.3). Moisés, llamado a volver a Egipto, sintió temor porque creía que el Faraón procuraba su muerte. El Señor le dijo: «yo estaré contigo» (Ex 3.12). Josué se sentía atemorizado por la enorme tarea de guiar al pueblo en la conquista de la tierra prometida. El Señor le habló, diciendo: «Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes porque Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas» (Jos 1.9). Cuando el ángel de Jehová llamó a Gedeón a liberar a Israel del yugo madianita, este sintió que era poca cosa para semejante tarea. Pero el Señor le dijo: «ciertamente yo estaré contigo» (Jue 6.16). El joven profeta Jeremías sentía que era inútil la tarea de tratar de proclamar la Palabra de Dios al pueblo. Eran muchos los que estaban en contra de él. El Señor le recordó: «Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo» (Jer 1.19). Hasta el valiente apóstol se sintió atemorizado por la oposición de los judíos en Atenas. Por medio de una visión de noche, el Señor le dijo: «No temas, sino habla y no calles, porque yo estoy contigo» (Hch 18.9).
Vivimos en tiempos muy difíciles en América Latina. La frágil estabilidad económica que habían logrado algunos de nuestros países se está desvaneciendo como la niebla matinal. En muchas naciones de la región los índices de desempleo aumentan inexorablemente día a día. Y, como si esto fuera poco, vivimos en un clima de creciente violencia donde cada vez nos sentimos más desprotegidos y vulnerables. Tiempos, en resumen, apropiados para vivir angustiados.
Qué hermoso, entonces, es recordar esta afirmación confiada del salmista. «Aunque pase por el valle de sombra de muerte... «¡tú estás conmigo!» Este tiempo de crisis tiene un valor inestimable para los que deseamos cultivar una vida de mayor dependencia de él.
Para pensar:
Qué momento puede ser más apropiado que el presente para tomarnos fuertemente de su mano y decirle, como dijo Moisés, «si tu presencia no ha de acompañarnos, no nos saques de aquí» (Ex 33.15). Muchas veces no le sentimos; nunca le vemos. Pero él está con nosotros. ¡Adelante, entonces, sin temor alguno!
Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno,porque tú estás conmigo. Salmo 23.4 (LBLA)
Tome nota de la razón por la cual el salmista está confiado.
No es la esperanza de que sus circunstancias cambien, ni tampoco la idea de que puede tener una vida sin complicaciones, ni dificultades. Al contrario, el salmista se da cuenta que hay una buena posibilidad de que le toque caminar por el valle de sombra de muerte. La fortaleza de su postura frente a este panorama, sin embargo, es que tiene convicción de que el Señor estará con él, aun en las peores circunstancias.
¿Se ha detenido alguna vez a meditar en la cantidad de veces que el Señor dice yo estoy contigo? Los pasajes bíblicos donde encontramos reiterada esta frase parecen todos tener algo en común: Cada uno describe una situación que infundía temor en el protagonista de los acontecimientos. Jacob, por ejemplo, tenía miedo de volver a su casa porque su hermano había jurado darle muerte.
El Señor lo visitó y le dijo: «yo estaré contigo» (Gn 31.3). Moisés, llamado a volver a Egipto, sintió temor porque creía que el Faraón procuraba su muerte. El Señor le dijo: «yo estaré contigo» (Ex 3.12). Josué se sentía atemorizado por la enorme tarea de guiar al pueblo en la conquista de la tierra prometida. El Señor le habló, diciendo: «Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes porque Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas» (Jos 1.9). Cuando el ángel de Jehová llamó a Gedeón a liberar a Israel del yugo madianita, este sintió que era poca cosa para semejante tarea. Pero el Señor le dijo: «ciertamente yo estaré contigo» (Jue 6.16). El joven profeta Jeremías sentía que era inútil la tarea de tratar de proclamar la Palabra de Dios al pueblo. Eran muchos los que estaban en contra de él. El Señor le recordó: «Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo» (Jer 1.19). Hasta el valiente apóstol se sintió atemorizado por la oposición de los judíos en Atenas. Por medio de una visión de noche, el Señor le dijo: «No temas, sino habla y no calles, porque yo estoy contigo» (Hch 18.9).
Vivimos en tiempos muy difíciles en América Latina. La frágil estabilidad económica que habían logrado algunos de nuestros países se está desvaneciendo como la niebla matinal. En muchas naciones de la región los índices de desempleo aumentan inexorablemente día a día. Y, como si esto fuera poco, vivimos en un clima de creciente violencia donde cada vez nos sentimos más desprotegidos y vulnerables. Tiempos, en resumen, apropiados para vivir angustiados.
Qué hermoso, entonces, es recordar esta afirmación confiada del salmista. «Aunque pase por el valle de sombra de muerte... «¡tú estás conmigo!» Este tiempo de crisis tiene un valor inestimable para los que deseamos cultivar una vida de mayor dependencia de él.
Para pensar:
Qué momento puede ser más apropiado que el presente para tomarnos fuertemente de su mano y decirle, como dijo Moisés, «si tu presencia no ha de acompañarnos, no nos saques de aquí» (Ex 33.15). Muchas veces no le sentimos; nunca le vemos. Pero él está con nosotros. ¡Adelante, entonces, sin temor alguno!
Confianza peligrosa
¡Maldito aquel que confía en el hombre, que pone su confianza en la fuerza humana, mientras su corazón se aparta de Jehová! Jeremías 17.5
¿Cómo hemos de entender esta dramática declaración a la luz de pasajes como el de 1 Corintios 13.7, donde el apóstol Pablo afirma que el amor «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»? ¿Será que el profeta Jeremías está condenando toda actitud de confianza en el prójimo? ¿Nos estará invitando a transitar por esta vida con una postura de permanente desconfianza hacia todo?
Si usted alguna vez ha estado en contacto con una persona que es, por naturaleza, desconfiada, seguramente me dirá que esto no puede ser lo que tenía en mente el profeta. ¡Y tiene razón! El desconfiado es aquella persona que piensa que los demás siempre quieren sacarle ventaja. Cuando se le presenta una oferta atractiva, inmediatamente comienza a buscar dónde está la trampa en el asunto. Mira el mundo y se dice a sí mismo: «si yo no velo por mis propios intereses, nadie lo va a hacer». Está convencido de que si deja esta postura de vigilancia permanente, los demás se aprovecharán de él y le harán daño. Es muy difícil llegar a entablar una relación íntima con él, porque la sospecha todo lo contamina. En resumen, es evidente que en tales personas no está operando la gracia de Dios sino el temor de los hombres.
¿A qué, pues, se refiere el profeta? El resto del versículo nos da claros indicios acerca del problema que denuncia. Habla de la persona que ha renunciado a depositar su confianza en Dios para depositarla en los hombres. La confianza a la cual el Señor invita a todos los hombres, consiste en permitir que «él sea nuestro Dios y nosotros seamos su pueblo». Es decir, que nosotros dejemos que él provea para nuestras necesidades, guíe nuestras decisiones y sea nuestro consuelo en tiempos de crisis. El hombre que ha escogido confiar en los hombres y hacer de la carne su fortaleza ha decidido transferir estas atribuciones a otros hombres: pretende que ellos provean para sus necesidades, le guíen en sus decisiones y lo consuelen en tiempos de crisis.
En realidad, estos comportamientos son parte de nuestras relaciones con otros. Muchas veces otros proveen para nosotros, nos orientan en tiempos de confusión y proveen consuelo en momentos de crisis. En esto está la bendición de poder disfrutar de relaciones profundas e íntimas con otros, y lo recibimos como un regalo. El problema radica en pretender que los demás siempre cumplan con estas funciones en nuestras vidas. Una vez que transferimos esta carga a otros, cada vez que nos fallen nos sentiremos traicionados, defraudados o desilusionados. La esencia del problema, no obstante, no es lo efímero de nuestras relaciones con los demás, sino que pretendamos recibir de los hombres lo que solamente Dios puede dar. Quien busca entre los seres humanos lo que el Señor se ha comprometido a darnos se abrirá a una vida de desilusiones constantes.
Para pensar:
Resista la tentación de buscar entre los hombres aquello que es solamente de Dios. Si los hombres le fallan, no se enoje con ellos. Pídale perdón al Señor por tener expectativas irreales para con sus pares y vuelva a transferir su lealtad al Único cuyo compromiso es seguro.
¡Maldito aquel que confía en el hombre, que pone su confianza en la fuerza humana, mientras su corazón se aparta de Jehová! Jeremías 17.5
¿Cómo hemos de entender esta dramática declaración a la luz de pasajes como el de 1 Corintios 13.7, donde el apóstol Pablo afirma que el amor «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»? ¿Será que el profeta Jeremías está condenando toda actitud de confianza en el prójimo? ¿Nos estará invitando a transitar por esta vida con una postura de permanente desconfianza hacia todo?
Si usted alguna vez ha estado en contacto con una persona que es, por naturaleza, desconfiada, seguramente me dirá que esto no puede ser lo que tenía en mente el profeta. ¡Y tiene razón! El desconfiado es aquella persona que piensa que los demás siempre quieren sacarle ventaja. Cuando se le presenta una oferta atractiva, inmediatamente comienza a buscar dónde está la trampa en el asunto. Mira el mundo y se dice a sí mismo: «si yo no velo por mis propios intereses, nadie lo va a hacer». Está convencido de que si deja esta postura de vigilancia permanente, los demás se aprovecharán de él y le harán daño. Es muy difícil llegar a entablar una relación íntima con él, porque la sospecha todo lo contamina. En resumen, es evidente que en tales personas no está operando la gracia de Dios sino el temor de los hombres.
¿A qué, pues, se refiere el profeta? El resto del versículo nos da claros indicios acerca del problema que denuncia. Habla de la persona que ha renunciado a depositar su confianza en Dios para depositarla en los hombres. La confianza a la cual el Señor invita a todos los hombres, consiste en permitir que «él sea nuestro Dios y nosotros seamos su pueblo». Es decir, que nosotros dejemos que él provea para nuestras necesidades, guíe nuestras decisiones y sea nuestro consuelo en tiempos de crisis. El hombre que ha escogido confiar en los hombres y hacer de la carne su fortaleza ha decidido transferir estas atribuciones a otros hombres: pretende que ellos provean para sus necesidades, le guíen en sus decisiones y lo consuelen en tiempos de crisis.
En realidad, estos comportamientos son parte de nuestras relaciones con otros. Muchas veces otros proveen para nosotros, nos orientan en tiempos de confusión y proveen consuelo en momentos de crisis. En esto está la bendición de poder disfrutar de relaciones profundas e íntimas con otros, y lo recibimos como un regalo. El problema radica en pretender que los demás siempre cumplan con estas funciones en nuestras vidas. Una vez que transferimos esta carga a otros, cada vez que nos fallen nos sentiremos traicionados, defraudados o desilusionados. La esencia del problema, no obstante, no es lo efímero de nuestras relaciones con los demás, sino que pretendamos recibir de los hombres lo que solamente Dios puede dar. Quien busca entre los seres humanos lo que el Señor se ha comprometido a darnos se abrirá a una vida de desilusiones constantes.
Para pensar:
Resista la tentación de buscar entre los hombres aquello que es solamente de Dios. Si los hombres le fallan, no se enoje con ellos. Pídale perdón al Señor por tener expectativas irreales para con sus pares y vuelva a transferir su lealtad al Único cuyo compromiso es seguro.
Ver lo que otros no ven
Hizo luego pasar Isaí siete hijos suyos delante de Samuel; pero Samuel dijo a Isaí: Jehová no ha elegido a estos. Entonces dijo Samuel a Isaí: ¿Son estos todos tus hijos? Isaí respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí.
1 Samuel 16.10–11
Las instrucciones del Señor a Samuel fueron muy claras: «Llena tu cuerno de aceite y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de entre sus hijos me he elegido un rey» (16.1). Dios veía en David las cualidades necesarias para ser la clase de rey que él buscaba: un corazón enamorado de su Creador, junto a un carácter humilde, sencillo, obediente y responsable. Era, además, valiente y esforzado cuando las circunstancias así lo requerían.
¿Quién de nosotros no quisiera tener un líder en medio nuestro con esas cualidades? Los elementos básicos que algún día convertirían a David en el más grande rey que jamás haya tenido Israel, ya existían en la vida de este joven pastor de ovejas.
Quisiera señalar, sin embargo, que cuando Isaí consagró a sus hijos y los preparó para que participaran, junto al gran profeta, del sacrificio que había venido a ofrecer, ni siquiera llamó a su hijo menor
. Tampoco ninguno de sus hermanos pareció notar que David no estaba presente, o al menos ninguno hizo algo al respecto. ¿Si David poseía cualidades tan extraordinarias, cómo es que ninguno de los miembros de la familia lo notaron?
Dos respuestas parecen evidentes. En primer lugar, las cualidades que son atractivas al Señor rara vez resultan atractivas a los hombres. En demasiadas ocasiones simplemente adaptamos los modelos del mundo a las necesidades de la iglesia. La Palabra, sin embargo, declara que «lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte» (1 Co 1.27).
En segundo lugar, existe algo más profundo que tiene que ver con la falta de visión que produce la excesiva cercanía a otras personas. Cuando pasamos mucho tiempo con otros, dejan de impactarnos sus cualidades y empezamos a acostumbrarnos a ellas. Vemos solamente lo ordinario y cotidiano. A veces, cuando la otra persona se ausenta volvemos a recuperar una apreciación por las cualidades que siempre estuvieron presentes en su vida, pero que ya no notábamos.
Como formador de vidas, usted corre peligro de que la familiaridad con los suyos lo lleve a pasar por alto a aquellos que son futuros obreros en la casa de Dios. Sus dones ya no le llaman la atención y usted ya se ha quedado con una imagen fija de ellos. Los de Nazaret no pudieron ver en Jesús más que un simple carpintero, aun cuando en todos lados se hablaba de sus extraordinarias cualidades.
Para pensar:
¿Será que hay un futuro «rey» en su medio y usted no lo ha notado? Necesitamos que Dios mantenga nuestra visión sintonizada con la de él, para que veamos a los de nuestro alrededor con sus ojos. No se quede con lo ordinario. ¡Puede ser que detrás de lo ordinario exista una persona extraordinaria! Pídale sabiduría al Señor para ver a esa persona.
Hizo luego pasar Isaí siete hijos suyos delante de Samuel; pero Samuel dijo a Isaí: Jehová no ha elegido a estos. Entonces dijo Samuel a Isaí: ¿Son estos todos tus hijos? Isaí respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí.
1 Samuel 16.10–11
Las instrucciones del Señor a Samuel fueron muy claras: «Llena tu cuerno de aceite y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de entre sus hijos me he elegido un rey» (16.1). Dios veía en David las cualidades necesarias para ser la clase de rey que él buscaba: un corazón enamorado de su Creador, junto a un carácter humilde, sencillo, obediente y responsable. Era, además, valiente y esforzado cuando las circunstancias así lo requerían.
¿Quién de nosotros no quisiera tener un líder en medio nuestro con esas cualidades? Los elementos básicos que algún día convertirían a David en el más grande rey que jamás haya tenido Israel, ya existían en la vida de este joven pastor de ovejas.
Quisiera señalar, sin embargo, que cuando Isaí consagró a sus hijos y los preparó para que participaran, junto al gran profeta, del sacrificio que había venido a ofrecer, ni siquiera llamó a su hijo menor
. Tampoco ninguno de sus hermanos pareció notar que David no estaba presente, o al menos ninguno hizo algo al respecto. ¿Si David poseía cualidades tan extraordinarias, cómo es que ninguno de los miembros de la familia lo notaron?
Dos respuestas parecen evidentes. En primer lugar, las cualidades que son atractivas al Señor rara vez resultan atractivas a los hombres. En demasiadas ocasiones simplemente adaptamos los modelos del mundo a las necesidades de la iglesia. La Palabra, sin embargo, declara que «lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte» (1 Co 1.27).
En segundo lugar, existe algo más profundo que tiene que ver con la falta de visión que produce la excesiva cercanía a otras personas. Cuando pasamos mucho tiempo con otros, dejan de impactarnos sus cualidades y empezamos a acostumbrarnos a ellas. Vemos solamente lo ordinario y cotidiano. A veces, cuando la otra persona se ausenta volvemos a recuperar una apreciación por las cualidades que siempre estuvieron presentes en su vida, pero que ya no notábamos.
Como formador de vidas, usted corre peligro de que la familiaridad con los suyos lo lleve a pasar por alto a aquellos que son futuros obreros en la casa de Dios. Sus dones ya no le llaman la atención y usted ya se ha quedado con una imagen fija de ellos. Los de Nazaret no pudieron ver en Jesús más que un simple carpintero, aun cuando en todos lados se hablaba de sus extraordinarias cualidades.
Para pensar:
¿Será que hay un futuro «rey» en su medio y usted no lo ha notado? Necesitamos que Dios mantenga nuestra visión sintonizada con la de él, para que veamos a los de nuestro alrededor con sus ojos. No se quede con lo ordinario. ¡Puede ser que detrás de lo ordinario exista una persona extraordinaria! Pídale sabiduría al Señor para ver a esa persona.
Cuando la crisis azota
David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues el alma de todo el pueblo estaba llena de amargura, cada uno por sus hijos y por sus hijas. Pero David halló fortaleza en Jehová, su Dios, y dijo al sacerdote Abiatar hijo de Ahimelec: «Te ruego que me acerques el efod». Abiatar acercó el efod a David, y David consultó a Jehová. 1 Samuel 30.6–8
David había salido a pelear junto a los filisteos, pueblo con él cual se vio obligado a morar luego de sufrir más de diez años de persecución por parte de Saúl. Mientras estaban David y sus hombres lejos de casa, vinieron a saquear su pueblo y se llevaron cautivos a las mujeres y niños. Cuando los guerreros regresaron a casa se encontraron con un cuadro verdaderamente desolador, el cual produjo en ellos una genuina amargura.
Quien ha asumido responsabilidades frente a otros se va a enfrentar ocasionalmente a situaciones de profundas crisis que pueden tener consecuencias devastadoras para el grupo. Esto es parte de la realidad que le toca vivir a cada líder. Y en algunas pocas situaciones, los seguidores cuestionarán duramente al líder y hasta contemplarán medidas drásticas contra su persona. Los hombres de David querían matarlo.
En situaciones de crisis siempre afloran en nosotros las reacciones más carnales. Nos lamentamos por lo ocurrido. Nos preocupamos por las posibles consecuencias. Cuestionamos los pasos que nos llevaron a la crisis. Nos enojamos con los que están más cerca nuestro. Buscamos a quién echarle la culpa. Nos apresuramos en tomar decisiones imprudentes. Todas estas cosas rara vez contribuyen a una solución.
Cuán instructivo resulta, entonces, observar el compartimiento de David en esta grave crisis que le tocó enfrentar.
En primer lugar, note la reacción instintiva de un hombre acostumbrado a caminar con Dios: «David halló fortaleza en Jehová, su Dios».
El hombre maduro debe inmediatamente procurar, en tiempos de crisis, acercarse a la única persona que puede darle la perspectiva correcta de las cosas, devolviéndole el equilibrio y la tranquilidad en medio de la tormenta: Dios mismo. David, como lo había hecho siempre, no se demoró en buscar del Señor la fortaleza que no poseía en sí mismo.
En segundo lugar, habiendo estabilizado sus emociones y fortalecido su espíritu, David no se puso a estudiar la situación para ver cómo podía salir de ella. Llamó al sacerdote para buscar de parte de Dios, una palabra específica para este grave revés. Sabía que, en última instancia, no importaba su propia opinión, ni tampoco la opinión de sus hombres. Sí era de extrema importancia recibir instrucciones del que verdaderamente controla todas las cosas. El resultado fue que David no solamente fue fortalecido, sino que también se le dieron los pasos apropiados para recuperar todo lo que habían perdido y se logró, de esta manera, una importante victoria para todo el grupo.
Aunque son momentos difíciles de transitar, no pierda nunca de vista que algunas de las lecciones más dramáticas e impactantes en la vida de sus seguidores vendrán cuando ellos tengan la oportunidad de observarlo en situaciones de crisis. Es allí donde aflorará lo mejor -o lo peor- que hay en su corazón.
Para pensar:
¿Cómo actúa en situaciones de crisis? ¿Cuáles de estas reacciones contribuyen a empeorar el problema? ¿Qué cosas puede hacer para manejarse con mayor sabiduría en tiempos de crisis?
David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues el alma de todo el pueblo estaba llena de amargura, cada uno por sus hijos y por sus hijas. Pero David halló fortaleza en Jehová, su Dios, y dijo al sacerdote Abiatar hijo de Ahimelec: «Te ruego que me acerques el efod». Abiatar acercó el efod a David, y David consultó a Jehová. 1 Samuel 30.6–8
David había salido a pelear junto a los filisteos, pueblo con él cual se vio obligado a morar luego de sufrir más de diez años de persecución por parte de Saúl. Mientras estaban David y sus hombres lejos de casa, vinieron a saquear su pueblo y se llevaron cautivos a las mujeres y niños. Cuando los guerreros regresaron a casa se encontraron con un cuadro verdaderamente desolador, el cual produjo en ellos una genuina amargura.
Quien ha asumido responsabilidades frente a otros se va a enfrentar ocasionalmente a situaciones de profundas crisis que pueden tener consecuencias devastadoras para el grupo. Esto es parte de la realidad que le toca vivir a cada líder. Y en algunas pocas situaciones, los seguidores cuestionarán duramente al líder y hasta contemplarán medidas drásticas contra su persona. Los hombres de David querían matarlo.
En situaciones de crisis siempre afloran en nosotros las reacciones más carnales. Nos lamentamos por lo ocurrido. Nos preocupamos por las posibles consecuencias. Cuestionamos los pasos que nos llevaron a la crisis. Nos enojamos con los que están más cerca nuestro. Buscamos a quién echarle la culpa. Nos apresuramos en tomar decisiones imprudentes. Todas estas cosas rara vez contribuyen a una solución.
Cuán instructivo resulta, entonces, observar el compartimiento de David en esta grave crisis que le tocó enfrentar.
En primer lugar, note la reacción instintiva de un hombre acostumbrado a caminar con Dios: «David halló fortaleza en Jehová, su Dios».
El hombre maduro debe inmediatamente procurar, en tiempos de crisis, acercarse a la única persona que puede darle la perspectiva correcta de las cosas, devolviéndole el equilibrio y la tranquilidad en medio de la tormenta: Dios mismo. David, como lo había hecho siempre, no se demoró en buscar del Señor la fortaleza que no poseía en sí mismo.
En segundo lugar, habiendo estabilizado sus emociones y fortalecido su espíritu, David no se puso a estudiar la situación para ver cómo podía salir de ella. Llamó al sacerdote para buscar de parte de Dios, una palabra específica para este grave revés. Sabía que, en última instancia, no importaba su propia opinión, ni tampoco la opinión de sus hombres. Sí era de extrema importancia recibir instrucciones del que verdaderamente controla todas las cosas. El resultado fue que David no solamente fue fortalecido, sino que también se le dieron los pasos apropiados para recuperar todo lo que habían perdido y se logró, de esta manera, una importante victoria para todo el grupo.
Aunque son momentos difíciles de transitar, no pierda nunca de vista que algunas de las lecciones más dramáticas e impactantes en la vida de sus seguidores vendrán cuando ellos tengan la oportunidad de observarlo en situaciones de crisis. Es allí donde aflorará lo mejor -o lo peor- que hay en su corazón.
Para pensar:
¿Cómo actúa en situaciones de crisis? ¿Cuáles de estas reacciones contribuyen a empeorar el problema? ¿Qué cosas puede hacer para manejarse con mayor sabiduría en tiempos de crisis?